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Eduardo reflexiona sobre sus vacaciones en La Pedrera

Paz, tranquilidad, tolerancia…
¿CÓMO INGRESAR ESTO SIN QUE SE DEN CUENTA?
Por Eduardo Juan Salleras, 30/1/2011.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente.
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Este es el último artículo desde mis vacaciones en La Pedrera, Uruguay.
Quiero describirles un día de playa.
La gente comienza a llegar de a poco a las 11 o 12 de la mañana (hay una hora de diferencia con nuestro país). Antes, somos unos pocos los que estamos. Por ejemplo, yo a las 9 ya me di el primer baño.
Los tempraneros son siempre los que tiene niños más pequeños.
Así todos van llegando y como avanza una mancha de petróleo en el mar, cada uno, cada cual, se va ubicando. Nadie se pone encima de otro, hay lugar suficiente, incluso en la orilla se juegan picados, fútbol tenis, peloteos de paleta, el tradicional juego del tejo, los niños a sus pozos o los grandes a los castillos de arena.
Nadie se molesta y eso que hay un crisol de nacionalidades (uruguayos el 50%, argentinos un 40%, otros el 10%), pero, además concurren de distintos estratos sociales, económicos y culturales… incluso de mis compatriotas, creo que el 70% son (o somos) provincianos.
¿Dónde está entonces el ambiente snob que supera a Punta del Este? Son cosas quizás de las revistas, y lo más probable es que las notas estén financiadas por algún inversor inmobiliario que quiere crear esa imagen.
Volvamos a la arena.
Tampoco hay despliegue de ostentación, ni de moda, ni de extravagantes utensilios playeros. Todo es muy parejo y a mi lado a la izquierda puedo tener algún comerciante de Rocha, a mi derecha la dueña de una de las casonas que dan a la playa (compatriotas casi todas), adelante dos pibes mochileros y atrás, aquel matrimonio, con sus chicos grandes, que vienen por primera vez a conocer el mar.
Lo más solemne creo que puede ser mi súper sombrilla, la que mi hermano me compró en el invierno por $ 100.- en un descarte de un shopping; blanca, con manija para levantarla, enorme, ideal para mi necesidad de sombra.
Eso sí, todo el mundo con su mate y en eso a los uruguayos no hay con que darles, están todo el día con el termo bajo el brazo y el mate en la mano.
¿Hay vendedores? Sí, pero no gritan, se acercan y ofrecen, a voz natural: empanadas, churros, buñuelos de algas, etc.
A la entrada hay un bolichito que vende sándwiches, licuados, helados,… con un deck, cuatro sombrillas y alguna melodía sonando, la que no supera los 10 metros de distancia.
Nadie lee el diario, ni escucha radio, mucho menos música, ni suenan los celulares.
No presencié nunca una discusión, ni por espacio, ni pelotazos, ni nada.
Viene el bañero, pone un par de banderitas en la costa y dice: de aquí para allá se bañan y para aquel lado se hace surf. Y todo el mundo lo respeta y no será necesario ningún “salvataje”.
También la visitan perros, vagabundos y con apellido, tampoco con ellos hay problemas, ni de peleas, ni de suciedad.
Los autos se arriman al Desplayado – así se llama nuestra enorme playa – despacio, nadie toca bocina, sin ningún apuro estacionan; no se roban el lugar, todo manso… Y hablando de robar, la gente cuando se va a bañar, a caminar, incluso lo he visto, alguno que vuelve a almorzar a su casa, y deja todo en el lugar: sombrilla, heladera, reposera, hasta bolsos, para volver y encontrar todo en su sitio, tal cual lo había dejado.
La concurrencia se van a la tardecita y queda la arena limpia. Repito, hay de todo: finos y mersas; ricos, nuevos ricos y pobres; intelectuales y analfabetos… incluso argentinos, que ensucian nuestro país durante el resto del año.
El ruido del mar es el único sonido que perdura.
Y en ese ambiente manso me quedé dormido…
… Llegamos por fin a puerto. Del ferri bajaron los autos, yo entre ellos, pero todos pasaban como chifle por la aduana, excepto yo. Me pararon y a mi reclamo de por qué a mí, me contestaron que había una denuncia de contrabando en mi contra. Les abrí el baúl, y ahí estaban las cinco valijas, las que abrieron de a una… - ¿Y? ¿Qué es lo que buscan? ¿Droga?
- No (respondió el funcionario) eso no tiene importancia.
- ¿Dólares? Entonces (Insistí yo) ¿electrodomésticos?… No ve que hay sólo ropa y “macanitas”.
- A ver, abra esa valija (y así lo hice, la última, cuando saltó de júbilo y llamó a su jefe) ¡Aquí está lo que andábamos buscando: Paz, armonía, tranquilidad, comprensión, tolerancia… mire, hasta hay un libro que habla de democracia e instituciones, del respeto a la opinión diferente,… aquí hay otro que habla de libertad de prensa…!
- Pero espere, todo eso es de uso personal (le dije yo) será solamente para mi regocijo, no los voy a traficar.
- UD, no sabe que todo esto está totalmente prohibido en este país (me dijo el jefe) decomíselo e incinérelo, y UD deberá presentarse mañana, en ayunas ante, el gran secretario…
Justo rompió una ola gigante en la orilla y escaló su agua hasta mí despertándome. ¡Qué angustia! Parecía todo real.
Me senté, encogí mis piernas y mirando el mar pensé: ¿será posible volver a tener aquello que alguna vez tuvimos, o habrá que contrabandearlo y traficarlo por todo nuestro país?
Y así se nos va la vida.

Eduardo J Salleras

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